Treinta y tres segundos duró aquella preciosa jugada. El segundero del reloj se movió 33 veces entre la recuperación de pelota en el fondo de nuestra zaga y el zapatazo furibundo y mágico de Orellana. Treinta y tres segundos que resumieron de la manera más perfecta 90 minutos de fútbol, 90 minutos de lucha, 90 minutos de sangre y corazón.
Una noche soñada, sin pausas. Una jornada en donde cada pieza, cada movimiento, cada instante pareció escrito para una película, pero no para aquellas de desarrollo dramático sino una de acción y suspenso, quizás de los mejores guiones alguna vez representados por La Roja.
Nuestro himno entonado al principio fue una banda sonora conmovedora, una historia con escenas intensas de principio a fin y una luna llena espectacular que desde el palco celestial fue la testigo privilegiada de unos de los momentos más lindos de nuestra cinematografía futbolística.
Esta vez no hubo gol de último minuto que nos destrozara la ilusión, no existió la odiosa frase de “ganamos como nunca pero perdimos como siempre”, no hubo arbitraje extraño, los errores tontos… NADA. Lo que pasó en la cancha pocas veces lo vimos. Chile golpeó con fuerza y nunca fue para atrás. La técnica del murciélago fue solo un difuso y mal recuerdo del pasado y los 14 vestidos de rojo (con una convicción emocionante) continuaron con su instinto asesino y siempre fueron por más.
Pudo ser con el tiro tempranero de Beausejour, o con el cabezazo alto de Contreras, incluso después con los intentos de Suazo, Fernández, Carmona o Droguett. Finalmente (y pudiendo ser dos, tres o cuatro ) fue simplemente un solo gol, una perla para recordar por mucho tiempo, un regalo solitario pero tan brillante como la estrella de nuestra bandera, un obsequio tan escaso y preciado que no se olvida nunca más.
Podrá ser solo un partido, serán simplemente tres puntos más pero fue a un rival al que nunca antes pudimos derrotar, un rival que siempre ha sido la fiel representación de nuestra barrera mental. Aquel monstruo de mil cabezas que nunca pudimos derribar y que ayer no solo derrotamos, sino que lo hicimos sin vacilar.
El ronco Basile, aun estupefacto, reconocía la enorme superioridad chilena sobre los trasandinos al decir que “parecían 15 contra 10… estaban en todos lados”. Más tarde un comentarista vecino comentaba que “hace mucho no se veía un equipo tan superior a la Argentina”. ¿Alguien sabe la satisfacción que es escuchar eso?... Espero que si.
Tras el triunfo, Chile fue más alegría que palabras, y eso está bien. Con justicia podemos estar inmensamente felices pero también manteniendo la cautela. Y es que siempre nos cuesta tanto que vale la pena disfrutar.
Siempre soñamos con llegar a lo más alto y, para eso, primero tenemos que partir por derrotar nuestras propias barreras, nuestros propios fantasmas y ayer, con personalidad, con garra, con pasión, con aplicación, con táctica y con muchísimo fútbol, demostramos que si queremos podemos y que solo falta creerlo y comprometerse de verdad.
Generaciones vivieron y murieron sin poder ver esto, pero hoy digo a todos que cuando hay fe e ilusión todo puede pasar, incluso las metas más difíciles. Hoy todos lo dicen y POR FIN, como dice el viejo adagio, “no hay mal que dure 100 años”.
Yo soy inmensamente feliz por haberlo vivido pero no solo por el triunfazo que pasó sino porque ahora (más justificado que nunca) se puede tener la ilusión de que las cosas sean mejor y que en la mente de los que juegan entiendan que de verdad es posible. Y eso es lo lindo de todo esto…. Simplemente la ilusión.
Ps: Me llevo al recuerdo las dos frases que más quedaron dando vueltas en mi cabeza y que repetí durante el lindo partido:
1.- Por fin veo a Chile jugando como un equipo GRANDE!!!
2.- Termina el partido po arbitro consh#”%##!!!!!!
