En ese instante sonreí, porque note entonces que ahora mi gusto por el cementerio tenía una nueva y mejor excusa. Lo que para ella representaba un trabajo doloroso y de solemnidad absoluta para mí era lo contrario: alegría de saber que ahí en realidad no fui a ver a nadie y que el espíritu de mi abuelo no está debajo de esa tierra sino en mis valores y nobleza. En aquellas cosas que el mismo me enseñó y que me permiten ahora sentarme junto a su tumba y ser feliz, ser feliz porque me di cuenta que el venció la muerte. La venció porque que sigue vivo, sigue vivo por el hombre que en mi vida quiero llegar a ser, aquel hombre formado en buena parte gracias a él.
14 agosto, 2006
Un ruidoso silencio inmortal
Parte este espacio que extrañamente me es necesario. Y parte con algo que viví hace poco y que me gusta recordar... Una experiencia en el cementerio... una muy personal.
Hace un par de meses tuve un domingo fue muy distinto a los demás. No dormí hasta tarde, no me levanté a ver un partido por la tele ni mucho menos me desperté para ir a misa (lo que en todo caso no es extraño considerando que a una iglesia he entrado como 20 veces en mi vida: unas seis veces en calidad de “turista”, cinco por muertes, un par de matrimonios, dos navidades cuando pequeño y otro par para puras tonteras como mirar las esculturas que hay dentro o cosas así).
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2 comentarios:
hola niño!
bakan tu blogg po
me gusto harto
bien fuera d lo comun
ya pos niño
ando 0 aporte oy
dp t posteo mejoor!
jeje
ya pos ahi kiza nos vemos mañana!
besoos!
cuidate
aioo!**
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